Hacía días que quería subir esta receta, pero por h o por b no he podido hacerlo hasta ahora. Siempre que esté dentro de mis posibilidades y la receta de pie a ello, me gusta traeros anécdotas y curiosidades de la historia culinaria, que a mí me parecen muy interesantes. Hoy os traigo una receta que elaboro desde que empecé a cocinar y que tiene dos historias, la suya propia y la mía.
Cuando mi madre nos llevaba al pediatra, a mi hermano y a mi, siempre nos hacía un pequeño regalo al que bautizamos con el estimulante título de "regalo sorpresa" :-). Puede que fuera porque mi hermano, dos años menor, siempre quería que le comprara esos llamados "sobres sorpresa", de a duro, cargados de diminutos soldaditos de plástico que había que separar de una matriz, también plástica, y a la que nos encantaba darle vueltas hasta completar el exiguo ejército que salía de su interior. Aunque la emoción era efímera porque luego no había quien los integrara con los madelman, que eran quienes realmente llevaban el peso de la contienda :-). Por lo general se trataba de una tontería, algo para el cole o una chorradita con la que jugar y que nos hiciera ilusión, que normalmente era proporcional al "mal trago" pasado. Cuando abandonaba la adolescencia tuve que someterme a una intervención en Barraquer y recuerdo que antes de venirme a buscar, mi madre, fue a por mi sorpresa. Supongo que por minimizar el mal trago pasado por todos y sacarnos una sonrisa. Mi regalo se llamaba "Cocinar es fácil" (ya entonces me gustaba enredar en la cocina :-) ), de Montserrat Seguí de Queralt, una mujer diplomada en l'école Cordón Bleu de Paris, profesora de l'escola professional per a la dona de la diputació de Barcelona, y autora del que, desde entonces, es mi libro de cabecera en la cocina. De eso hace la friolera de ...pufff ...digamos ...taitantos años, ...bueno, puede que más :-), y aún sigue conmigo. No tiene nada que ver con los libros de cocina de hoy, de hecho apuesto a que no es el mejor libro de cocina, pero a mi me ofrece la garantía absoluta de no errar con ninguna de sus recetas. De expresión muy clara y sencilla, y sin ingredientes exóticos, este libro está repleto de recetas de toda la vida, de buenos consejos para ponerlas en práctica y que son, por mucho tiempo que pase, totalmente vigentes y válidas. Apenas tiene fotografías y las pocas que lo ilustran recuerdan la estética de los 70's - 80's, pero sus recetas, clásicas y tradicionales, no ven pasar el tiempo, precisamente por eso, porque son clásicos de la cocina. Es el caso de la receta que os propongo hoy.
Gracias a este libro, que honestamente recomendaría a todos los que, como yo, sois amateurs de la cocina, el París brest, fue quizás de los primeros pinitos reposteros que hice, después de unas lionesas, claro :-). Típico de la pastelería francesa, es toda una delicia para la vista y para el paladar. Y como no, también tiene su pequeña historia.
A finales del S.XIX (1888), un cirujano veterinario irlandés, llamado John Boyd Dunlop, viendo las dificultades que tenía su hijo para mover las ruedas de goma sólida de su triciclo por los adoquines, intenta evitarle esfuerzos envolviendo las ruedas en grandes hojas de goma, que pega e infla con una bomba para balones. Ante la funcionalidad del invento decide patentarlo, y poco tiempo más tarde, una empresa de Belfast, fabricante de bicicletas, empieza a producir las nuevas ruedas de manera masiva, lo que originó que la bicicleta experimentara un crecimiento a todas luces imprevisto.
A pesar de la revolución que causó este invento, la opinión general sobre las "nuevas" máquinas a pedales, para algo que no fuera un tranquilo paseo, era francamente escéptica. A la vista de este panorama, un grupo de emprendedores franceses, amantes de las bicicletas, decide demostrar el potencial de estos vehículos con la intención de cambiar esta concepción popular. Así pues en 1891, Pierre Giffard, director de un periódico llamado Le petit journal, organiza y patrocina un evento ciclista para demostrar el carácter práctico de estos artilugios (por englobar de alguna manera toda la suerte de vehículos que participaba) en una carrera de gran envergadura, naciendo así el primer evento ciclista de su tipo llamado París-Brest-París (PBP). Este agotador evento debía recorrer, en 90 horas, 1200 km, que son los que separan la ida, París-Brest, y la vuelta, Brest-París. Hay que tener en cuenta la dificultad añadida que suponía rodar sobre carreteras que aún no conocían el asfalto.
A finales del S.XIX (1888), un cirujano veterinario irlandés, llamado John Boyd Dunlop, viendo las dificultades que tenía su hijo para mover las ruedas de goma sólida de su triciclo por los adoquines, intenta evitarle esfuerzos envolviendo las ruedas en grandes hojas de goma, que pega e infla con una bomba para balones. Ante la funcionalidad del invento decide patentarlo, y poco tiempo más tarde, una empresa de Belfast, fabricante de bicicletas, empieza a producir las nuevas ruedas de manera masiva, lo que originó que la bicicleta experimentara un crecimiento a todas luces imprevisto.
A pesar de la revolución que causó este invento, la opinión general sobre las "nuevas" máquinas a pedales, para algo que no fuera un tranquilo paseo, era francamente escéptica. A la vista de este panorama, un grupo de emprendedores franceses, amantes de las bicicletas, decide demostrar el potencial de estos vehículos con la intención de cambiar esta concepción popular. Así pues en 1891, Pierre Giffard, director de un periódico llamado Le petit journal, organiza y patrocina un evento ciclista para demostrar el carácter práctico de estos artilugios (por englobar de alguna manera toda la suerte de vehículos que participaba) en una carrera de gran envergadura, naciendo así el primer evento ciclista de su tipo llamado París-Brest-París (PBP). Este agotador evento debía recorrer, en 90 horas, 1200 km, que son los que separan la ida, París-Brest, y la vuelta, Brest-París. Hay que tener en cuenta la dificultad añadida que suponía rodar sobre carreteras que aún no conocían el asfalto.
La convocatoria fue un éxito y se registraron más de 400 inscripciones, a pesar de que los extranjeros y las mujeres no estaban autorizados a participar, y de que la audaz hazaña, que era inaudita en aquel momento, fuera condenada de antemano como suicida por algunas mentes científicas (agoreras ellas, y me viene ahora a la memoria la reacción de algunos médicos ante los primeros trenes :-) ), llegando a comparar la sobredosis de esfuerzo, en los participantes, a la que provocaría una de arsénico :-). La madrugada del domingo 6 de septiembre, y a pesar de los ridículos augurios, se lanzan a la aventura 206 ciclistas, amateurs y profesionales, con sus respectivas bicicletas, incluidos 10 triciclos, 2 tándems y 1 gran-Bi, un inmenso equipo de médicos y asistentes, mecánicos y entrenadores. Esta primera convocatoria es ganada por Charles Terrón, que rueda sin dormir 71 horas y 22 minutos. A 8 horas del segundo clasificado y seguido de 100 ciclistas más que son los que terminan la carrera. Algunos de ellos varios días más tarde, habiéndose detenido a pasar las noches en albergues y posadas del camino. Debido a la evidente dificultad, se decidió espaciar la convocatoria una década, siendo ya la siguiente, en 1901, de carácter internacional además de separada en categorías, una profesional y otra amateur. Hubo que esperar 30 años para que fuera mixta y una mujer pudiera participar. Más tarde se separaron definitivamente las convocatorias profesionales y amateur, siendo hoy en día, por lo que tengo entendido, y si no corregidme, un evento reservado solo para estos últimos. Si alguien quiere profundizar en la historia y la actualidad del evento ciclista, que es el más antiguo de larga distancia por carretera en el mundo, y que por encima de todo deja patente el espíritu de competición, enlazo aquí un par de direcciones, PBP History y Paris-Brest-Paris, para que tengáis por donde empezar. La foto de "Le petit Journal" la he tomado prestada de wikipedia.
El furor alcanzado por el nuevo invento, las bicicletas y la expectación por la carrera, fueron de tal magnitud que un avispado chef repostero, que tenía localizado su negocio en plena ruta, y evidentes aptitudes para el marketing, inventó un dulce en su conmemoración. Para ello, Louis Durand, se valió de dos productos tradicionales, los éclairs y la praline, creando, en honor a los participantes, un éclair sobredimensionado y en forma circular que simulaba la rueda de una bicicleta. Este dulce, confeccionado en pasta choux, debía ser rellenado de una bomba calórica en forma de crema de mantequilla, que aportara energía a los ciclistas. Un circulo interior, también de pasta choux y relleno, que simulara las cámaras interiores del que, por aquel entonces, era el nuevo y revolucionario invento. Decorado con almendras fileteadas a modo de banda de rodadura y espolvoreado de azúcar glace, en su superficie, para simular el polvo que el camino dejaba en las ruedas. Este pastel, tan bien logrado a mi juicio, se hizo tan popular desde entonces, o más, que el propio evento.
El furor alcanzado por el nuevo invento, las bicicletas y la expectación por la carrera, fueron de tal magnitud que un avispado chef repostero, que tenía localizado su negocio en plena ruta, y evidentes aptitudes para el marketing, inventó un dulce en su conmemoración. Para ello, Louis Durand, se valió de dos productos tradicionales, los éclairs y la praline, creando, en honor a los participantes, un éclair sobredimensionado y en forma circular que simulaba la rueda de una bicicleta. Este dulce, confeccionado en pasta choux, debía ser rellenado de una bomba calórica en forma de crema de mantequilla, que aportara energía a los ciclistas. Un circulo interior, también de pasta choux y relleno, que simulara las cámaras interiores del que, por aquel entonces, era el nuevo y revolucionario invento. Decorado con almendras fileteadas a modo de banda de rodadura y espolvoreado de azúcar glace, en su superficie, para simular el polvo que el camino dejaba en las ruedas. Este pastel, tan bien logrado a mi juicio, se hizo tan popular desde entonces, o más, que el propio evento.